A mí me gustó. Y mucho. Mi decimoctavo maratón fue en Zaragoza. A él llegaba peor preparado que nunca. Bueno, dejémonos de eufemismos, la realidad es que la preparación había sido nula. Así las cosas, sabía que tocaba patir i de valent. Zaragoza tiene dos cosas muy grandes. El Pilar y las mañas. ¡Y qué guapas las dos!
De este modo, el maratón no puede salir malo. El recorrido es mejorable pero parece ser que tuvieron bastantes problemas con el diseño del circuito. Lo que desde mi punto de vista es poco justificable es que éste se cambie a última hora. O al menos, que no se dé a conocer el definitivo hasta el día anterior y en la prensa local. Llano, llano, no es, pero creo que resultan peores los giros de 180 grados. Demasiados. Tampoco me gustó tanto bucle en la zona de la Expo. A esas alturas de maratón lo que apetece es encarar la meta. En cambio, resulta muy bonita la parte inicial por el centro de la ciudad y espectacular las no menos de ocho veces que enfrontamos la Basílica de El Pilar. Majestuosa, como siempre. Si he de quedarme con algún tramo del recorrido, lo hago con el paso por la calle Alfonso y el del puente de Santiago, ya acabando la prueba.
Es posible que los avituallamientos fuesen algo pobres, especialmente el final, pero he de decir que no faltó agua, plátanos o isotónicos a nadie. Lo de los voluntarios, simplemente de chapeau. Muchos y siempre con la mejor de sus sonrisas. Muchas gracias. Y lo de los coches también me sorprendió. Más de un atasco pude observar y no oí ni un mal pitido. No debería sorprender, es cierto, pero es que no es lo habitual. Antes al contrario aún había algún conductor que te decía ¡venga, maño, que esto está hecho!
Lo dicho, gracias mañicos por obsequiarme con este maratón en mi ciudad natal.
Cefaleas de origen cervical
Hace 1 año