miércoles, 25 de noviembre de 2009

La mayoría de edad maratoniana, a los pies del Pilar

A mí me gustó. Y mucho. Mi decimoctavo maratón fue en Zaragoza. A él llegaba peor preparado que nunca. Bueno, dejémonos de eufemismos, la realidad es que la preparación había sido nula. Así las cosas, sabía que tocaba patir i de valent. Zaragoza tiene dos cosas muy grandes. El Pilar y las mañas. ¡Y qué guapas las dos!


De este modo, el maratón no puede salir malo. El recorrido es mejorable pero parece ser que tuvieron bastantes problemas con el diseño del circuito. Lo que desde mi punto de vista es poco justificable es que éste se cambie a última hora. O al menos, que no se dé a conocer el definitivo hasta el día anterior y en la prensa local. Llano, llano, no es, pero creo que resultan peores los giros de 180 grados. Demasiados. Tampoco me gustó tanto bucle en la zona de la Expo. A esas alturas de maratón lo que apetece es encarar la meta. En cambio, resulta muy bonita la parte inicial por el centro de la ciudad y espectacular las no menos de ocho veces que enfrontamos la Basílica de El Pilar. Majestuosa, como siempre. Si he de quedarme con algún tramo del recorrido, lo hago con el paso por la calle Alfonso y el del puente de Santiago, ya acabando la prueba.
Es posible que los avituallamientos fuesen algo pobres, especialmente el final, pero he de decir que no faltó agua, plátanos o isotónicos a nadie. Lo de los voluntarios, simplemente de chapeau. Muchos y siempre con la mejor de sus sonrisas. Muchas gracias. Y lo de los coches también me sorprendió. Más de un atasco pude observar y no oí ni un mal pitido. No debería sorprender, es cierto, pero es que no es lo habitual. Antes al contrario aún había algún conductor que te decía ¡venga, maño, que esto está hecho!
Lo dicho, gracias mañicos por obsequiarme con este maratón en mi ciudad natal.

El premaratón gastronómico

¿Quién dijo que para esto del maratón había que ir bien alimentado?
Yo también lo pienso así y comencé la carga maratoniana para Zaragoza el mismo martes. Resulta que en Valencia se organizó esa semana la segunda edición de Valencia cuina oberta, en la que más de 50 restaurantes ofertaron menúes de mediodía y de cena a unos módicos precios.


Mi primera visita fue a Mar de Bamboo, en el edificio de Veles i Vents del Port de València. El entorno es espectacular y la fideuá que nos sirvieron, más que correcta. Para la cena de ese mismo día me dirigí al Kaymus, un restaurante nuevo situado en Maestro Rodrigo. Muy bien. De la mano de Nacho Romero, joven cocinero, este restaurante sigue creciendo. En fin, que se puede decir que el martes me acosté bien alimentado. Y el miércoles, también. Arroç allipebrat en L'Ancó al mediodía y espectacular cena en La Sucursal. Por unos módicos 30€, que luego se van a más de 50 con ná, puedes cenar en un estrella michelín. Como siempre, de categoría.
El jueves tocó sólo cena. ¡Pero vaya cena! No conocía Alejandro del Toro, otra estrella valenciana, y he de reconocer que era un fallo gordo. De él, a destacar lo más importante en un restaurante: su cocina. Excelente. Todavía se me hace la boca agua recordando el plato principal: un excepcional cochinillo.
Y como quiera que aún quedaban dos días para el maratón, el viernes y el sábado continúe con la ingesta en tierras mañas. ¡Ya podía soplar el cierzo el día del maratón, ya! Lo del ternasco del domingo ya no fue para la preparación específica del maratón.
Salut.