jueves, 29 de octubre de 2009

Un pil-pil de 42 kilómetros

Sí, ya sé, las cosas no se hacen así. Las cosas maratonianas, digo. A Bilbao llegaba con una, cuando menos, curiosa preparación. Por fas o por nefás, la media de kilómetros semanales de entrenamiento se había quedado en apenas unos ridículos 25. Y el largo más largo había sido un paseíto por la montaña de más tres horas y 20 kilómetros. Vamos, lo que se viene diciendo un perfecto seguimiento del manual de lo que no se debe hacer antes del maratón. Incluido el capítulo de la carga de hidratos previa, pues no hay nada referenciado en la literatura sobre los efectos positivos del bacalao al pil-pil, los txakolis y el orujo.
Hacía muchos años (tantos como siete) que no visitaba Bilbao y la verdad es que la han dejado guapa. Tanto el día anterior como el mismo del maratón dio tiempo a recorrerla y a disfrutarla.
Llegada la noche de autos (porque el maratón, para seguir con la experimentación, era nocturno), uno se planta en la salida con el único objetivo de no haberse llegado hasta Bilbao para una primera retirada en carrera y acabar dentro del generoso plazo de tiempo dado por la organización. Al final, bien, conseguido lo segundo y, por ende, lo primero.
Esto son dos voltas a peu y un par de grandes fondos por la ría, Fonoll dixit. Y efectivamente. Unos primeros 6 o 7 kilómetros urbanos, muy bonitos, con vistas al Guggenheim, la Gran Vía, el Ayuntamiento, el teatro Arriaga (a punto de entrar a ver La Clementina), ..., y enfilamos ría arriba (a lo Borau) por una carretera en algunos tramos a oscuras hasta llegar a Getxo. Así, pasamos la primera media y ya tenemos la volta a peu y el gran fondo. El recorrido de vuelta por la ría resulta casi idéntico y oscuro, aburrido, húmedo. El maratón empieza a dar señales de la falta de consideración que le he tenido y he de bajar (aún más) el ritmo. Aún así estoy medio contento porque las molestias son casi exclusivamente musculares.
Pasamos en el 33 al ladito, pero al ladito de meta y dan ganas de hacer un recorte de verdad. No esos estúpidos recortes que hacen esos estúpidos corredores para ganar unos estúpidos segundos. Seguimos. Así hasta el casco viejo donde acaba el segundo gran fondo y comienza la última volta a peu. De apenas seis kilómetros pero durííísima. A unos cinco kilómetros de meta pasamos otra vez por el Guggenheim (esto no se hace, por el amor de Dios) y aún nos queda subir una cuestina e intentar acertar con el museo por otro lado. Al final dimos con él. Un once para público y voluntarios (incluido un fenómeno con un tambor en la solitaria ría que no paró de tocar en cuatro horas) y un cero para la organización.


P.S. Al maratón hay que tenerle un poquito de respeto. Bueno, y al Alcorcón también.